Tres son los puentes que permiten salvar la herida del río Guadalevín a su paso por Ronda. La ciudad malagueña ha sido a lo largo de su historia testigo de innumerables episodios de gran importancia. Hoy la villa es un referente turístico en Andalucía, con atractivos tan fotográficos como el Puente Nuevo, la Plaza de Toros, donde se celebran las Corridas Goyescas o la Casa del Rey Moro. Todos estos rincones los dispuse a recorrer en una ruta por las entrañas de Ronda, y digo bien, pues bajé hasta lo más profundo del tajo por una serie de galerías subterráneas que bien parecieran las entrañas de Ronda.
Todo empieza en el Puente Nuevo, signo de la ciudad desde el siglo XVIII. Hasta entonces, quienes deseaban cruzar el río debían utilizar algunos de los puentes más modestos que salvan la distancia por la parte más baja. El Puente Nuevo de Ronda, sin embargo, es el que ofrece unas vistas más impresionantes, con sus 100 metros de caída hasta el río. Desde allí también se gobierna con la vista gran parte de la comarca. Si bien la mejor foto del puente no se puede tomar desde él mismo, sino que hay bajar por un sendero próximo al Palacio de Mondragón, entre almendros y huertas locales, para tener la estampa más espectacular de Ronda ante nosotros.
Mi itinerario pronto me alejó de la zona más moderna de la ciudad, incluyendo la Plaza de Toros, con sus característicos arcos, el Museo Taurino, las estancias de los animales y las Corridas Goyescas. Muy próxima la Plaza de España sirve de parada improvisada y punto de referencia para entrar en las calles peatonales que hay entorno a la iglesia del Socorro.
Como digo, mi itinerario discurre por la Ronda más antigua, por aquella que fuera de bandoleros y mucho antes de musulmanes, por la Ronda que vio nacer a comienzos del siglo XX el germen de la autonomía andaluza, con su bandera y su himno.
Una vez atravesado puente nuevo la calle de Santo Domingo baja hacia la izquierda bordeando el tajo. A medio camino unos jardines invitan a entrar. Es la Casa del Rey Moro. Una vez dentro, además de los jardines, se puede acceder por una serie de cuevas y escaleras empinadas hasta lo más bajo del tajo, allí donde se toca el río, siguiendo los huecos excavados en la roca. El problema está en la subida, pues no hay mayor ascensor que las piernas de viajero, ni mayor alegría que volver a salir de las entrañas de la tierra.
Al poco se llega al Arco de Felipe V, donde la tradición sitúa El Asiento del Rey Moro, que no es más que una piedra con forma de sillón, gastada por las continuas visitas de los turistas y por el paso del tiempo. Aquí también están los dos puentes primitivos que unían a las dos mitades de Ronda. Y los Baños Árabes, que se pretenden recuperar de su olvido.
Si se cruza el puente se puede beber agua en la famosa Fuente de los 8 Caños y entrar en al iglesia de Nuestro Padre Jesús, junto al Convento de Madre de Dios. Un poco más arriba siguiendo la calle de Los Vicentes el nombre de Posada de las Ánimas tan solo invita a la reflexión. Sin duda la más bella esquina de Ronda está en la Plaza de los Descalzos, donde se encuentra el Templete de la Virgen. Pero yo vuelvo a la antigua Ronda, a la Ronda musulmana.
La calle Salvatierra muestra fachadas de antiguos palacios que hacía de muralla defensiva. Como es el Alminar de San Sebastián o la Casa del Gigante. Merece la pena continuar el lienzo de murallas bajando por la calle Imágenes hasta llegar a la iglesia del Espíritu Santo. Una vez allí, ante la Puerta de Almocábar se puede subir a las murallas y recorrer un trozo de la antigua defensa de la ciudad. De nuevo hacia arriba recomiendo la foto en la Plaza de la Duquesa de Parcent, donde abre sus puertas el Ayuntamiento y la iglesia de Santa María La Mayor.
Con el recorrido acumulado en las piernas el devenir del día me lleva a pasar ante algunas tiendas de muebles rondeños, característicos por la gran calidad de las maderas con que se construyen. El estómago mientras tanto requiere de lo suyo, que Ronda tiene mucho. El jamón y los embutidos los sirven en la mayoría de los bares y restaurantes, aunque hay que dejar sitio para el rabo de toro, las migas rondeñas, el “sopeao” y los platos elaborados con carne de caza, para concluir la comida con el dulzor de los pestiños.