En nada podía imaginar lo que deparaba mi viaje a tierras de Segovia cuando en la ruta incluí la visita a Pedraza. Esta villa histórica, famosa por la Noche de las velas -que otras poblaciones repiten- está llena de leyendas y rincones a cada cual más espectacular. Como otras muchas ciudades de Castilla, su emplazamiento no es caprichoso, sino que aprovecha una elevación rocosa, bien protegida de forma natural, para controlar el horizonte y las tierras que de ella penden.
Una de las características que llama la atención es que en Pedraza no hay un barrio nuevo, como sí ocurre en el resto de ciudades que han crecido al son de sus vecinos en las últimas décadas. Pedraza conserva el trazado original de sus calles. E incluso las casas nuevas vienen a reproducir en planta y fachada a las que sustituyen.
Menos de quinientos vecinos son los privilegiados que ocupan las viviendas de la villa. Si bien, la escasa densidad de población se ve incrementada con creces cada fin de semana con hordas de turistas -entre los que me incluyo- para hacer del pueblo nuestro aposento durante unas horas.
Ruta a pie por Pedraza
Lo mejor es dejar el coche aparcado en algunas de las explanadas que se encuentran en el exterior del recinto amurallado de Pedraza. De esta forma se evita el doble inconveniente de buscar el aparcamiento interior dando quiebros por las calles y se suprime el ruido de los vehículos, contribuyendo a conservar el ambiente medieval de la villa de Pedraza.
Tan solo hay una entrada para todo el pueblo. La misma puerta que hace de salida. Un arco por el que cabe justo un coche y que servía de defensa en otros tiempos. La puerta de entrada de Pedraza es la cárcel.
No es arbitrario el emplazamiento de la cárcel dando la bienvenida al pueblo. Sino que responde a fines de defensa. El arco de entrada sobre el que se asienta la cárcel medieval coincide con la parte más baja del Pedraza, y por tanto más accesible para el enemigo. Así, los vecinos y autoridades podían refugiarse en el castillo -al que ahora llegaremos- mientras los presos hacían de escudo humano.
Una vez cruzada la inexpugnable puerta de Pedraza se accede a una pequeña plaza de la que parte varias calles. La central conduce a la mayor de las plazas de Pedraza.
La plaza mayor de Pedraza dista mucho de las plazas castellanas a las que nos tiene acostumbrada la arquitectura de otras ciudades como Ávila. En su lugar, esta plaza es irregular. Responde a la disposición de las fachadas de las casas que la conforman. La plaza aún hoy sigue utilizándose como coso taurino durante las fiestas populares de septiembre en honor de la Virgen del Carrascal.
Los balcones sirven de palcos para los privilegiados que tienen la ocasión de asistir al festejo, mientras los menos afortunados tienen que aventurarse a ver la corrida a pie de calle. Uno de estos balcones fue el escogido para que el rey Carlos IV pudiera ver las corridas de toros organizadas en su honor durante los tres días que visitó Pedraza. Suerte que la enorme plaza cuenta con varias calles en cuyos pórticos se pueden ver las guías de piedra que hacen, desde hace siglos, es sustento para los tablones que conforman la plaza.
En la plaza mayor destaca un edificio sobre el resto. La iglesia de san Juan Bautista es la única de los antiguos cuatro templos de Pedraza que sigue ofreciendo oficios a los vecinos. El campanario de la torre alude a su estilo románico. Mientras justo al pie de esta un balcón con escudo nobiliario viene a decir que era el balcón desde el que el noble de turno veía las corridas de toros.
Frente a la iglesia, una calle ayuda a orientarnos y poner rumbo hacia el Castillo de Pedraza. A lo largo del recorrido se aprecian edificios abandonados y otros con mejor suerte que han sido rescatados.
Pedraza se muestra tal cual era hace dos siglos. Por entonces, las cabañas de oveja merina habían sido el principal sustento de las familias de la villa. Desde aquí partían carros cargados con la preciada lana hacia los talleres de Flandes, donde se convertían en tapices de inmejorable calidad. A comienzos del siglo XIX, con la promulgación de la Constitución de 1812, firmada en Cádiz, -nuestra querida “Pepa”- se suprimen los aforamientos y señoríos. Pedraza perdió sus privilegios y el comercio de la lana se vino al traste. Los vecinos abandonaron sus casas y todo permaneció olvidado durante varias décadas.
Hacia 1926 el famoso pintor Ignacio de Zuloaga depositó su interés en Pedraza. Concretamente en su castillo, que convirtió en su vivienda y estudio de pintura. A partir de su llegada se inició un resurgimiento de Pedraza. El castillo de la villa -en el que se dice que estuvieron cautivos durante 4 años los hijos de Francisco I de Francia, por orden del emperador Carlos– fue el epicentro del cambio.
Hoy día Pedraza supone uno de los mayores atractivos turísticos. Una villa medieval que ha llegado a nuestros días y que viste de con la luz de las velas en las noches de verano. Un destino por descubrir al que estoy deseando volver.